Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.

Nicolás Maquiavelo El caleidoscopio humano Por: Adriana Zayde Berzunza Rivero

En mi visita por el Estado de Chihuahua tuve la oportunidad de ir a Cd. Juárez, un lugar que por definición social, comercial o mera estrategia política se ha comercializado como “la ciudad más peligrosa del mundo”. Mi primera impresión previa al llegar fue de miedo, descontento e incluso de repulsión; no por las personas, sino por la sombra de estos. Una ciudad permeada no solo por lo actos en sí, sino tambíen por el imaginario de toda una sociedad. Enorme fue la sorpresa de mis conocidos cuando les dije que iría a “la ciudad más peligro del mundo”. “Estás loca”, “para que quieres ir”. “mejor despídete de una vez”, “me dejas tus cosas”. Un sin fin de comentarios, que si bien, solo me ayudaron a incrementar este miedo que ya tenía a pesar de que en este viaje no estaría sola.

Miraba hacia todos lados, con los ojos bien abiertos, preparada para escapar de las balas y esconderme de los narcos. Tragué lo poco que tenía de saliva intentando aclarecer mi voz, pero las palabras se solidificaron como un bucle en altamar, miré hacia arriba, di un suspiro y recogí mis maletas. El olor que se podía percibir era diferente al acostumbrado, un olor como a leña, madera, tierra húmeda un olor muy diferente a mi ciudad e incluso la gente se veía diferente, eran más altos, con una textura más tosca pero muy hermosa, el cabello lacio en extremo, complejamente diferentes a los de mi tierra. Quedé anonadada por estas diferencias, el lugar, la gente, el ambiente, todo me era extraño. Era como ser un extraterrestre en una zona de guerra.

Todas esas horas de leer notas, ver películas, escuchar sobre este lugar se fueron haciendo presente, mi cabeza se inundó con todo el imaginario con el que había crecido. Durante mi primer día me fui a encerrar al cuarto del hotel en el que me hospedaba, coloqué todos los seguros y cerrojos que pude encontrar, empotré una silla a la puerta y una mesita que se encontraba ahí, encendí la tele y los canales eran diferentes, 52, 64 no entendía cual era cual, yo solo quería ver el canal 5, un poco de caricaturas para relajarme, pero los segundo se me hacían infinitos.  Por fin encontré a Bob Esponja pantalones cuadrados, mi corazón se calmó por un instante y lentamente la vista se me comenzó a oscurecer.

Había pasado un mes desde mi llegada a este “lugar no lugar” y las semejanzas florecían cada vez más. Personas en los camiones con destino a su trabajo, niños en los parques jugando futbol, adolescentes discutiendo con sus padres, personas vendiendo comida, las tardes eran invadidas por las llamadas “segundas”, pero yo les decía tianguis. Había calles, casas, personas, madres, padres, hermanos, hijos, había todo lo que yo conocía y aun seguía con los ojos abiertos en cautela de las balas y los narcos atacando a mi familia.

Dos semanas después pude saborear la comida, nunca había comido tanta carne roja, para mi todo era pollo. Tuve un encuentro con la papa asada, los burros (para mi megaburros, porque nunca había visto algo tan grande), los tostielotes, los cueritos, los cacahuates con clamato y por dios, había tanto clamato, se vendía por doquier, clamato en el oxxo, clamato en el supermercado, clamato en las tienditas, clamato en las casas, clamato en las cervezas, clamato en toda Ciudad Juárez. Probé las hamburguesas más ricas que había comido antes, las más baratas y las más agradables. Todo eso en un festival escolar, porque sí, también había escuelas y hacían festivales, los padres cooperaban. Nunca había visto tanto entusiasmo y compromiso por un simple festival. La gente me miraba y me sonreía, me daba los buenos días, las buenas tardes, me daba las gracias por comprar en su tiendita. Todo eso en “la ciudad más peligrosa del mundo”. “Las muertas de Juárez” fue uno de los tantos títulos que pude leer, uno de los tantos por el cual dudé en ir. Las calles hacían reflejo de ese recuerdo tormentoso que vivieron los ciudadanos de esa ciudad, en algunas avenidas o paradas se hacia visible los llamados “grafitis”, imágenes de mujeres desaparecidas al igual que se podían encontrar cruces de madera con el nombre de las desaparecidas. La historia de ahí no se negaba, estaba reflejada de diversas maneras, pero a mi criterio creo que era algo de lo cual no se quería hablar.

Me sentía confundida, todo mi mundo estaba en una encrucijada, todo lo que había leído me resultaba extraño, exagerado, demasiado para una ciudad que había y sigue luchando por salir adelante. Todo el imaginario que yo me cree, aquel que la sociedad me permeo. Si yo pude viajar, si yo pude ir y ver lo que hay en esa ciudad y me siento extraña, no puedo imaginar en todas esas personas que solo han visto a Ciudad Juárez desde un imaginario social.