D-Generación

LETRAS VIVAS Por Jorge Daniel Ferrara Montalvo

Hace unos meses, en el diario La Jornada de Zacatecas, publicaron un artículo del escritor capitalino, Óscar Garduño Nájera, titulado Nuestros jóvenes escritores y otras estafas culturales. En él, se hace una fuerte crítica, no sin justa razón, a los jóvenes autores mexicanos que priorizan o enfatizan el engrandecimiento de su imagen y al aparato burocrático que favorece la escasa producción de textos junto a nuestra actual crisis en la literatura. Si bien comparto la mayoría de sus señalamientos, creo que esta opinión va en el sentido o corresponde a numerosas intenciones de descalificar y entorpecer la joven actividad mexicana. No son pocas las veces a lo largo de la historia que nos han etiquetado, a partir de características compartidas, en un supuesto afán de estudio y comprensión, pero a la hora de salir a buscar trabajo, de mejores oportunidades, confirmamos que sólo son limitantes y condicionamientos. Recuerdo, por ejemplo, algunas de las más recientes: generación net, x, baby boomer, millenial. Por ello, el siguiente ensayo no pretende erigirse como la voz o eco de miles de jóvenes mexicanos -sabemos que los hombres providenciales conllevan inevitablemente al derramamiento de sangre-sino tan sólo como fiel testimonio del tiempo que me ha tocado vivir, una aproximación personal. Espero sea de utilidad y perdure en la memoria.

Cuando pienso en mi generación es irremediable no acordarse del excelente ensayo Historia personal del boom, de José Donoso. Del mismo modo, vuelve a la memoria los distintos grupos, ismos y vanguardias literarias en México como las fueron en su momento La Academia de Letrán, los modernistas, estridentistas,  la generación del centenario, los contemporáneos, el crack, por nombrar algunos. Admito que en más de una ocasión he deseado formar un grupo que aglutine a jóvenes escritores con estéticas y líneas de pensamiento definidas, pero los tiempos son otros y si algo hemos advertido es que, la mayoría de las veces, los grupos se convierten en élites y las vanguardias en cánones.

Para hablar de mi generación primero tendría que intentar por describir algunos aspectos históricos, políticos y sociales que la caracterizan. Nací en 1989 año de la caída del muro de Berlín, hecho simbólico que cambió la relación de los países capitalistas y socialistas. No fui consciente del levantamiento armado del EZLN, ni de la devaluación del peso, tampoco de la barbarie en Acteal; pero en cambio pude ver con dolor los disturbios en San Salvador Atenco y cómo se derrumbaban una a una las torres gemelas. Así mismo, soy heredero de una infructífera guerra contra el narcotráfico-que lleva en su haber más de 123 mil muertos- y de una supuesta alternancia democrática. En el 2012, creí junto con otros jóvenes en las demandas fehacientes del movimiento Yo Soy 132. Era desde el octubre del 68 y de los paros universitarios en la UNAM, que se volvía a pensar en nosotros como un motor de cambio, pero sobre todo como una fuerza activa. Sin embargo, no tardaron en llegar por parte de nuestro gobierno las numerosas descalificaciones, los nexos políticos y los sobornos laborales a los líderes estudiantiles. Una vez más, como si se hubieran olvidado los errores y aciertos de las luchas obreras, indígenas, sindicales y campesinas, el movimiento se disolvía.

Hoy el país vive una situación completamente ingobernable, insostenible. Enrolados en sus disputas internas y en la obtención de sus intereses, nuestra clase política no sólo se aleja de la realidad de millones de mexicanos, sino que además se muestra gustosa en los excesos. Basta con recordar algunas de las noticias que en fechas recientes simbraron al país: el decomiso de más de 205 millones de dólares al empresario chino Zhenli Ye Gon y su extraordinaria pérdida; la revelación de propriedades y rancherías del ex candidato priista Jorge Hank Rhon;  el desfalco multimillonario de Javier Duarte y Fidel Herrera y, por supuesto, la casa blanca. Si se me permite opinar, creo que un posible origen de estos excesos está en la noción de gobierno que tenemos. Me parece que hay que reformular la relación que existe entre gobernantes y gobernados. Tal vez, los políticos en vez de gobernar deberían redirigir, facilitar o proveer las condiciones necesarias para una mejor vida y la dignidad humana.

En cuanto a nuestra generación literaria se refiere, a diferencia de la de José Donoso y a pesar de la facilidad para leer autores extranjeros-dado el boom editorial y los libros en internet- me parece que nuestra formación lectora es profundamente latinoamericana. Los nacidos en los 90’s sentimos una enorme confianza en las posibilidades expresivas, en los diversos registros del idioma castellano. Desde luego sería una tarea casi imposible nombrar a cada uno de los escritores que con su brillante entrega nos enorgullecen y colocan con lo mejor de la literatura actual, pero en cambio sí podemos dar una breve muestra de lo que se está realizando. Prueba de ello sería la estupenda obra de Horacio Carvallo en el Uruguay y de Miguel Angel Molfino en la Argentina. En lo local, al menos en el terreno de la narrativa, partimos de una larga y fecunda tradición de novelistas y cuentistas, como los fueron en siglo XIX y XX, Eligio Ancona, Justo Sierra O’ Rally, Ermilo Abreu Gómez, Juan García Ponce, Agustín Monsreal y más recientemente Carolina Luna, Víctor Garduño, Miguel Hernández II, José Castillo Baeza y, el que para muchos es hoy una referencia obligada, Carlos Martín Briceño.  Así mismo, en el género de la poesía hemos sido dignamente representados por autores como Antonio Mediz Bolio, Raúl Renán, Fernando Espejo, José Díaz Cervera, Rodrigo Ordoñez Sosa, Manuel Tejada, Manuel Iris, Nadia Escalante, Ileana Garma, Marco Antonio Murillo, Adán Echeverría, Lourdes Cabrera, Fernando de la Cruz y Jorge Manzanilla.

Para finalizar, creo que posiblemente parte de lo que defina a mi generación-aunque no se exclusiva de ella- sea el hartazgo, la falta no de una voz propia, de formas y líneas expresivas, sino la carencia de espacios y oportunidades. Hoy más que nunca estamos preparados y somos conscientes del alcance de la palabra, pero tal vez seducidos bajo su poder de persuación,  hemos cerrado también los oídos.