POR UNA VEJEZ DIGNA Y SALUDABLE EN MÉXICO

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A finales de agosto, en el Día del Abuelo, Starbucks salió a proclamar a todos los vientos su nueva labor social: abrir una tienda atendida en su totalidad por adultos mayores. El proyecto es promovido como una forma de “darles un propósito de vida” a las personas de la tercera edad. Ésta parece ser una muestra que cada vez estamos más alejados de los derechos laborales que nos pueden garantizar una vejez de descanso.

La celebración general que recibió esta iniciativa dice mucho de la visión atrofiada que tenemos sobre el envejecimiento. Preferimos decirnos que “tener trabajo dignifica, a cualquier edad” que escuchar a Carmen y a Sergio, trabajadores de ese Starbucks, que tomaron el empleo porque a sus 62 y 66 años tienen que trabajar para sobrevivir. Preferimos no escuchar a Misael, quien a sus 69 años trabaja como empacador “voluntario” en un supermercado porque, con su pensión, no le alcanza para mantener a su familia. Decidimos mejor ver a otro lado cuando Juana, una mujer de 85 años, fallece en el lugar del mercado donde ha estado sentada desde las 6 am vendiendo sus productos.

Como sociedad hemos decidido ignorar el problema de la vejez precaria. En nuestro país hay más de 9 millones de personas mayores de 65 años. Según estimaciones del CONEVAL, sólo 26.3% de estas personas tiene acceso a una pensión o jubilación. Éste no es un tema menor, ya que se estima que al menos la mitad de los adultos mayores requerirá cuidados durante esta etapa de su vida, y esto implica medicamentos y servicios que difícilmente pueden pagar. Para las mujeres la situación es más difícil: viven más que los hombres (y por lo tanto tienen más probabilidades de requerir cuidados), pero sólo 11.7% de las mujeres mayores de 65 años cuenta con una pensión.

El problema, pues, no es que las personas de la tercera edad necesiten un “propósito de vida”, sino que el sistema de seguridad social de nuestro país es insuficiente y obliga a nuestros adultos mayores a seguir trabajando más allá de la edad de jubilación. Hay una diferencia abismal entre tomar voluntariamente un trabajo, por el gusto de tener una actividad productiva, y verte obligado a trabajar porque es la única forma de sobrevivir.

Y más vale que nos miremos al espejo en estas historias y hagamos algo al respecto pronto, porque el futuro de nuestra generación -de quienes actualmente estamos en edad productiva, sobre todo quienes entramos al mercado laboral recientemente- no se ve muy diferente. Cuando éramos pequeños, nuestros padres soñaban con llegar a la edad de retirarse, y poder -ahora sí- dedicarse a lo que quisieran: hacer jardinería, leer, conocer lugares nuevos, descansar. Nosotros no tendremos ese lujo.

Vivimos en un país donde más de 50% de los trabajadores son parte de la economía informal, donde la flexibilización laboral se está convirtiendo en la regla. De acuerdo con el INEGI, 52.9% de los jóvenes en trabajos asalariados no tenemos un contrato por escrito ni prestaciones laborales ni seguridad social. Para nosotros, una pensión será un sueño inalcanzable.

Y entre más tiempo pase, mayor será el problema. México se está haciendo viejo. En el 2000, la edad promedio de los mexicanos era 22 años. En 2018, la edad promedio es de 28 años. Para 2050, será de 38.5 años. Nos acercamos poco a poco al momento en que en México haya más personas de la tercera edad que jóvenes.

La automatización de los empleos complicará aún más el panorama. De acuerdo con estimaciones de McKinsey, hasta 52% de los empleos en México son susceptibles a ser reemplazados por robots. Esto significa que habrá menos empleos, y los que queden estarán peor pagados. Para quienes llevamos pocos años en nuestra vida laboral, el futuro pinta oscuro: poco trabajo, mal pagado y precario.

Todavía estamos a tiempo, sin embargo, de impulsar cambios. México está viviendo los últimos años de su bono demográfico (en el que tenemos más población en edad productiva que población dependiente, niños y personas de la tercera edad) y debemos aprovechar este potencial. Éste es el momento de discutir sobre la seguridad social: las reformas a su burocracia, la consolidación del sistema y sus alternativas, como el Ingreso Básico Universal, para pensar cómo queremos que se vea el mundo de nuestra edad adulta.

Nos toca organizarnos y actuar para asegurar que nuestra vejez y la de las siguientes generaciones sea digna y saludable, para que podamos pasar nuestros últimos años tranquilamente con nuestras familias y no trabajando para vivir del día a día.