Los hijos como moneda de cambio.

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Julio Ramón Ribeyro, en su cuento “Interior L”, nos muestra no solo la pobreza, la indignación y la falta de oportunidad de cierto sector de la población de muchos países de Latinoamérica, si es que no de cualquier parte del mundo; evidencia el comercio que, desde la familia, se hace de los hijos. Se trata de cuento genial en la construcción de la línea de tiempo, que nos habla desde un falso presente, nos hace viajar hacia el pasado, volver a ese falso tiempo presente, para anunciarnos el presente real del tiempo narrativo, y Ribeyro evidencia la triste realidad por la que ha tenido que pasar Paulina, la hija de un reparador de colchones.

Una familia que ha sufrido esas pérdidas que en la pobreza ocurren por enfermedad, que arrebató a la esposa, o por accidente como el que les quitó al hijo varón. Solo quedan el colchonero y su hija Paulina, de apenas quince años, que meses atrás fue violada, quedó embarazada, por vergüenza decidió dejar la escuela, y ha ocultado lo sucedido a su padre, pero que a punta de golpes le saca la verdad.

La ignorancia del colchonero hace que vaya por el barrio contándoselo a todos, mientras bebe en la cantina, buscando la opinión de sus vecinos para saber cómo proceder contra aquel violador, que no puede negar le asusta por su físico: “un zambo fornido y bembón, hábil para decir un piropo, para patear una pelota y para darle un mal corte a quien se cruzara en su camino”. Azuzado por su compadre decide enfrentarlo, pero bastó tenerlo de frente para recular y decidir que su hija Paulina había sido la única culpable: “tuvo delante suyo a un gigante con las manos manchadas de cal, el rostro salpicado de yeso, y la enorme pasa zamba emergiendo bajo un gorro de papel”; que impulsado en la hombría le gritó: “¡Ella me buscaba!”

Asustado, y decaído, consulta un abogado: “¿Su hija tiene sólo catorce años? Entonces hay presunción de violencia. Eso tiene pena de cárcel. Yo me encargaré del asunto.” Ahora, el colchonero, envalentonado decidió encarar de nuevo al violador, al grado de que éste y su jefe, el ingeniero de la obra, se presentaron en su domicilio para ofrecerle un trato que dejara a los jueces y abogados afuera. Acuerdo que los tres hombres, y hasta la pequeña Paulina, celebraron bebiendo cerveza: “Ella también bebió un dedito y los cuatro brindaron por el acuerdo”.

Un “alto de billetes”, señala el escritor era lo que el ingeniero y el violador de la menor dejaron en la mesa al retirarse. “Se dieron el lujo de admitir un perrito”, señala el escritor con esa ironía con que decidimos adquirir lo innecesario. El colchonero dejó de trabajar durante “más de quince días”, viviendo en la felicidad y la juerga con sus amigos de vecindad. Mientras que Paulina a los ocho meses de embarazo tuvo un aborto en la soledad, sin aquel su padre que tanto quiso defender su honra, pero que a la hora del dolor se hallaba de juerga en el hipódromo.

El “alto de billetes” termina de gastarse en medicinas para salvar a Paulina. El padre vuelve al trabajo, maldiciendo su pobreza, añorando aquellos días que pudo gozar en algo la economía de la vida: “Y si ese tiempo pudiera repetirse… ¿era imposible acaso?” Y entonces el colchonero recapacita en el cuerpo del que ahora goza su Paulina: “su espalda amorosamente curvada, sus caderas anchas. La maternidad le había asentado”, se dice el colchonero sin dejar de pensar, en que después de todo, no sería mala idea que su hija volviera a salir con aquel hombre que la había violado, y le pregunta a su hija ¿por qué no lo buscas?: “Mañana no estaré por la tarde”.

¿Qué nos deja el cuento “Interior L? ¿Acaso las hijas son monedas de cambio para mejorar nuestra economía? El machismo de este personaje queda bien retratado por el escritor peruano, y nos tiene que llamar a la reflexión, a la diversión colgada en la ironía, en que nos damos cuenta de que este espantapájaros jamás se preocupó por su hija, como tampoco se preocupó por su hijo que muriera en la pobreza, o por su mujer. Y esto queda bien retratado al mirar al colchonero dejar de trabajar cuando le cae ese “alto de billetes” que el autor bien alcanza a dibujar en la historia. Reconozcamos siempre el Bien Superior de los Menores.