Laika, lanzada al espacio hace 60 años, murió de pánico
La perra, cuyos signos vitales fueron relativamente normales durante el ascenso y la entrada en órbita, únicamente sobrevivió entre 5 y 7 horas, pero eso no se supo sino hasta 2002
La perra, cuyos signos vitales fueron relativamente normales durante el ascenso y la entrada en órbita, únicamente sobrevivió entre 5 y 7 horas, pero eso no se supo sino hasta 2002
Escribió Joselo:
Los humanos hacemos cosas raras, como llorar por nada o mandar animales al espacio como si fuéramos los reyes de la creación».
Laika, aquella perra callejera de triste historia, para su desgracia, murió entre 5 y 7 horas después del lanzamiento del Sputnik 2, el 3 de noviembre de 1957, hace 60 años.
Oleg Gazenko, su entrenador dijo:
Cuanto más tiempo pasa, más lamento lo sucedido. No debimos haberlo hecho… ni siquiera aprendimos lo suficiente de esta misión, como para justificar la pérdida del animal».
Rusia conmemora el 60 aniversario de la odisea espacial de la perra Laika, el primer ser vivo que voló al espacio exterior y que fue precursora de los vuelos tripulados por astronautas.
Laika pasó a la historia cuando fue enviada al espacio a bordo del Sputnik-2, el 3 de noviembre de 1957, un mes después del lanzamiento de la primera nave espacial (Sputnik).
El primer cosmonauta de la historia, Yuri Gagarin, tuvo que esperar tres años y medio para ver cumplido el sueño del ser humano de surcar las estrellas (12 de abril de 1961).
Un mes después del lanzamiento de la primera nave espacial, el máximo dirigente soviético, Nikita Jruschev, expresó su deseo de conmemorar el 40 aniversario de la Revolución de Octubre con la puesta en órbita del primer cohete tripulado.
Ahí aparece Laika, una pequeña perra reclutada en las calles de Moscú y que había sido entrenada durante varios años para viajar a lo desconocido.
Laika había sido seleccionada entre centenares de otros canes porque cumplía con los requisitos físicos —menos de 6 kilos y 35 centímetros de altura—, pero también por su resistencia.
Los científicos rusos pensaban que un perro de la calle acostumbrado a luchar diariamente por la supervivencia soportaría mejor los entrenamientos que un perro de raza. El animal superó con nota los mismos exámenes y pruebas que luego se aplicarían a los humanos.
Para satisfacer el capricho de Jruschev, el padre de la cosmonáutica soviética, Serguéi Koroliov, tuvo que improvisar sobre la marcha una cápsula espacial sin módulo de retorno.
La suerte de Laika estaba echada, la perra nunca regresaría a la Tierra y sacrificaría su vida para demostrar la resistencia de los seres vivos a los condiciones de ingravidez.
Laika viajó en el interior de una cabina provista de un arnés especial para combatir los efectos de la ingravidez, bebió agua a través de unos dispensadores e ingirió alimentos en forma de gelatina.
La perra, cuyos signos vitales fueron relativamente normales durante el ascenso y la entrada en órbita, únicamente sobrevivió durante 5-7 horas, pero eso no se supo sino hasta el año 2002.
En un principio, la agencia de noticias soviética TASS informó que Laika regresaría a la Tierra en paracaídas, para después anunciar su muerte sin dolor tras una semana de órbita terrestre.
El científico del Instituto de Problemas Biológicos de Moscú, Dmitri Maláshenko, reveló el misterio en 2002, durante un congreso espacial en Houston: Laika había muerto debido al calor y al pánico.
En realidad, fue víctima de la carrera espacial y de la guerra propagandística que enfrentó durante varias décadas a la Unión Soviética y Estados Unidos, y que finalmente se decantó en favor de la potencia occidental.
Laika sería el último perro en ser enviado al espacio en una nave sin sistema de retorno.
En total, la URSS realizó 29 vuelos espaciales con perros entre julio de 1951 y septiembre de 1962, de los que ocho acabaron en tragedia, mientras el resto de canes regresaron en paracaídas y ataviados con máscaras de respiración y trajes espaciales.
Texto publicado en estas páginas el 6 de noviembre de 2015:
No entiendo muy bien por qué lloré. Será la edad, como dicen mis amigos, y puede que tengan razón. No recuerdo que llorara tanto cuando era joven, y eso que nunca me contuve. Mi padre no me dijo algo tan machista como “los hombres no deben llorar” o “no chille, no sea marica”. Al contrario, vi a mi papá llorar dos veces, lo cual, en esta sociedad, parecen ser muchas.
De joven no lloraba, pero ahora mis hijas ya me han visto hacerlo en distintas ocasiones. Supongo que a ellas no se les hace extraño, pero no sé qué dirían si fueran hombres. No tengo hijos varones, no sé cómo me habría llevado con ellos: no me gusta el futbol ni la Fórmula 1. El cliché de ser niño. Quizá habríamos compartido el entusiasmo por Star Wars, pero tal vez sería lo único. Al menos eso me imagino.
No sé por que lloré cuando vi el post en Facebook que hablaba de Laika. Había una foto de la perrita astronauta y un texto no muy largo en donde Martín Perez, el amigo periodista argentino que lo posteó, decía que ese día, 3 de noviembre, se cumplían años del lanzamiento del Sputnik 2, donde ella iba.
Me sorprendí mucho cuando me puse a llorar. Sobre todo porque no soy amante de los perros. Los que han leído esta columna lo saben: no los odio, pero tampoco me causan lo que a la mayoría de la gente.
¿Por qué entonces llorar? El llanto era de tristeza, eso, al menos, lo pude percibir. No sé si sería por esta parte del texto: “La noche anterior al despegue, y contraviniendo TODOS los estrictos protocolos del programa espacial soviético, un científico se llevó a Laika a su casa para que disfrutara y jugara con sus hijos pequeños, sabía que al día siguiente iniciaría un viaje sin retorno y quería verla disfrutar una familia que nunca tuvo, Laika era una perrita callejera”.
Aquello sucedió en 1957, una década antes de que yo naciera. Pero aun así tengo el recuerdo de mi hermano platicándome sobre Laika. Quique siempre tiene información sobre todo, desde muy chico es así, por eso le llamamos Quiquipedia. Pero ahora que le pregunté sobre el tema me dijo que no, que él no recuerda haberme hablado sobre eso. Yo hasta tengo la imagen de unos dibujos que hizo de la perrita, dentro de una nave, con su casco de astronauta.
¿De dónde vienen esos recuerdos? No lo sé. Incluso Laika volaba fuera de su nave, a la que estaba conectada con un cable o tubo por el que podía respirar. Pero eso no sucedió mas que en la imaginación de todos nosotros. Laika se murió unas horas después del despegue.
Mi llanto está como para ir a terapia. Un amigo me dijo que me estoy “proyectando” en Laika. ¿O sea que me siento solo, como si estuviera en una cápsula? Quizá por eso me entristece tanto la canción de David Bowie, Space Oditty, en donde el Major Tom se pierde en el espacio: “Planet Earth is blue, and theres nothing i can do”.
Hay un cuento de Ray Bradbury en El Hombre Ilustrado, Caleidoscopio, que también me pone mal, en donde los tripulantes de una nave saltan al espacio y, por medio de los transmisores de sus cascos, van conversando, se van despidiendo, incluso se pelean primero para contentarse después, antes de la inminente muerte que no tarda en llegar. El protagonista espera que su vida haya valido la pena, que su paso por el mundo tenga un sentido, pues él no logró verlo. Y, al final del cuento, sabemos que todo tiene una razón.
Sin duda hay cosas más importantes por las que llorar. Tal vez mi cuerpo, mi alma, necesitaba desfogarse y Laika fue un buen pretexto.
Los humanos hacemos cosas raras, como llorar por nada o mandar animales al espacio como si fuéramos los reyes de la creación. Tal vez sí me gustan los perros y tengo algo atorado.
Yo sólo espero que todo cobre sentido algún día, como el final de un buen cuento que te hace volar.