PARTICIPAR EN LA EDUCACIÓN DE NUESTROS JÓVENES.

Las Reliquias del Hombre Ave por: Dr Adán Echeverría García

Hay que tener siempre presente, en el desarrollo del crecimiento de nuestros pequeños, en las pláticas familiares a la hora de disfrutar una parrillada, a la hora de ir al supermercado, o al mecánico, al trabajo, a la oficina, a la fábrica, a la aduana, a la empresa, al restaurante, al hotel, al caminar por las calles, al ir al embarcadero, al quedarnos en casa, al ir a buscar a los pequeños al colegio, al debatir con los vecinos, al disfrutar de un paseo dominical, siempre, en todas partes, y en todo momento hay que tener muy en cuenta, y decírnoslo siempre que: Los hombres y las mujeres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Recordar y asegurarnos de que la finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre, de la mujer, los niños y las niñas, sin importar preferencias sexuales, religiosas, credos; que estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. Hay que dejarles claro siempre a nuestros jóvenes que nadie puede oprimirlos.

Mucho menos las autoridades que están puestas como servidores públicos, para cuidar de las sociedades y no para beneficiarse de ellas, sino al contrario, para beneficiar a los ciudadanos. Ya que la fuente de toda soberanía reside esencialmente en el pueblo como conjunto; y ningún individuo, ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente del pueblo.

Tenemos que tener certeza de que la libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás, y que el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre o mujer, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Y es por eso que la ley sólo puede prohibir las acciones que son perjudiciales a la sociedad. Lo que no está prohibido por la ley no puede ser impedido. Porque nadie puede verse obligado a aquello que la ley no ordena; y la ley es expresión de la voluntad de la comunidad. Hay que enseñárselos a nuestros chicos, hay que recordárselos a nuestros maestros y preceptores, a los científicos, como a los líderes de culto.

Va de nuevo: la ley es expresión de la voluntad de la comunidad, y todos los ciudadanos tienen derecho a colaborar en su formación, sea personalmente, sea por medio de sus representantes. Esta ley debe ser igual para todos, ya sea para proteger o para castigar. Y siendo todos los ciudadanos iguales ante ella, todos somos igualmente elegibles para todos los honores, colocaciones y empleos, conforme a nuestras distintas capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por nuestras virtudes y conocimientos.

Ese conocimiento de libertad que los chicos tienen que aprender junto con el respeto a la libertad del otro, les debe ayudar a comprender que ningún hombre o mujer puede ser acusado, arrestado y mantenido en confinamiento, excepto en los casos determinados por la ley, y de acuerdo con las formas por ésta prescritas. Y que todo aquél que promueva, solicite, ejecute o haga que sean ejecutadas órdenes arbitrarias, debe ser castigado, y todo ciudadano requerido o aprendido por virtud de la ley debe obedecer inmediatamente, y se hace culpable si ofrece resistencia. Así mismo deben comprender que es inviolable y sagrado el derecho de propiedad, y nadie podrá ser privado de él, excepto cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija de manera evidente, y a la condición de una indemnización previa y justa.

La ley no debe imponer otras penas que aquéllas que son estricta y evidentemente necesarias; y nadie puede ser castigado sino en virtud de una ley promulgada con anterioridad a la ofensa. Entendamos, comprendamos que todo hombre y mujer son considerados inocentes hasta que han sido declarados convictos. Y si se estima que su arresto es indispensable, cualquier rigor mayor del indispensable para asegurar su persona ha de ser severamente reprimido por la ley.

Conscientes de esa libertad reconozcamos que ningún hombre o mujer debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni por sus ideas religiosas o políticas, siempre que al manifestarlas no causen trastornos del orden público. La libre comunicación de los pensamientos y opiniones es uno de los más valiosos derechos del humano; todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar libremente, excepto cuando tenga que responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley. Y así también la sociedad tiene derecho a pedir a todos sus agentes y administradores públicos cuentas de su administración, qué hacen con nuestras contribuciones vía impuestos.

Hay que decirles a nuestros hijos, una y otra vez, que una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene Constitución.