El fin de la comida ya está entre nosotros

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Un par de veces por semana me encuentro ante un dilema que es más o menos universal. Tengo hambre, pero apenas tengo tiempo para comer, mucho menos para comprar algo o para prepararlo. Así que termino engullendo lo que tenga a mano, y sin importar lo mucho que intento que sea algo saludable, rara vez lo logro.

Ese es el “punto doloroso”, para usar la jerga de Silicon Valley, que está tratando de resolver Soylent, el sustituto de comida preferido por los expertos y usuarios tempranos de tecnología. Y me sorprende informar que la versión 2.0 de Soylent, disponible a partir del mes de agosto en botellas blancas sin brillo que no se verían fuera de lugar en los estantes de una tienda de Apple, cumple con la promesa hecha por primera vez en la década de 1950 por los autores de ciencia ficción que previeron un futuro de píldoras de comida y alimentos sintéticos.

Si usted ha oído hablar de Soylent, lo más probable es que haya escuchado que es una sustancia azucarada, harinosa y poco apetecible con la que un grupo de periodistas intentó y no pudo sobrevivir de manera exclusiva, al igual que su inventor, Rob Rhinehart.

Comercializado originalmente a codificadores y fundadores de startups, el fenómeno Soylent fue presentado como un culto que buscaba privar al resto del mundo de algunos de los placeres más básicos, como la buena comida y la camaradería que viene con ella.

Pero gracias a una infusión de US$20 millones de la firma de capital de riesgo Andreessen Horowitz en enero de 2015, Soylent dejó de ser un vehículo para las nociones cuasi-apocalípticas de su creador (Rhinehart declaró recientemente que “ir de compras es una pesadilla viviente multisensorial” y lamentó que su apartamento incluyera una cocina) para convertirse en una marca orientada a quienes necesitan algo saludable y barato para salir de apuros hasta su próxima comida adecuada.

En otras palabras: para todos nosotros.

Así es un día típico para mí: suena el despertador, me actualizo con las noticias, repaso la lista de obligaciones personales y familiares y me preparo para salir a la calle. Recién cuando agarro las llaves me doy cuenta que olvidé comer.

Durante las últimas semanas, ese es el momento en que agarro uno botella de Soylent. Tiene 400 calorías y una cuarta parte de todos los nutrientes que necesito para todo el día, según la compañía. También cuesta US$2,50 la botella y es “la comida ecológicamente más eficiente hasta ahora creada”, según palabras de su creador. Está hecha enteramente de fuentes vegetales de proteínas, carbohidratos y grasas, como el aceite de algas destinado originalmente para proporcionar a la Marina de Estados Unidos de una fuente inmediata de biocombustibles.

La versión actual, mucho más evolucionada comparada a su primera y casi desagradable versión, es también una inofensiva mezcla de sabor neutro. La analogía más cercana que se me ocurre es que tiene el sabor y la textura de la leche que queda después de haber terminado un plato de cereal Cheerios.

Sea lo que sea, me sirve para alejar el hambre y la niebla mental que inevitablemente me inundaría si me saltara completamente el desayuno.

No es que Soylent haya inventado el sustituto de la comida. Junto con vino y tocino, los soldados de la antigua Roma llevaban consigo un bizcocho recocido llamado bucellatum. Al viajar, los aztecas confiaban en un maíz seco y tostado llamado pinolli, que puede ser rápidamente reconstituido con agua. Lewis y Clark cruzaron América del Norte con unos 42 kilos de sopa portátil, “un brebaje que se hierve hasta que se pone gelatinoso y luego se deja secar hasta que se endurece”, escribe la historiadora de alimentos Tori Avey. Y hasta 1847 la marina británica funcionó en base a una galleta sin sal, una cocción dura y rompedientes.

En otras palabras: los amantes de la comida pueden idealizar todo lo que quieran a los alimentos frescos y orgánicos enteros y a la costumbre de sentarse a comer, pero no hay nada más humano que la comida rápida. Junto con el fuego y el lenguaje, es uno de los inventos sin los cuales los seres humanos no habrían podido extender su presencia a todos los rincones de la Tierra.

Soylent es sólo la versión más reciente y altamente evolucionada de estos alimentos de conveniencia, sin los cuales algunos de nosotros no podríamos funcionar.

“Siento que estoy haciendo un favor a todo mi personal al tener días Soylent en lugar de días de perniles de pollo y pizza”, dice Eileen Carey, una consumidora confesa de comida basura y cofundadora y presidenta ejecutiva de Glassbreakers, una empresa que produce software para expandir la diversidad en el lugar de trabajo.

La evolución de Soylent me recuerda a la de Uber. Ambas compañías nacieron de una necesidad experimentada sólo por unos pocos —Uber del deseo de su presidente ejecutivo Travis Kalanick de impresionar a sus amigos con un servicio de auto privado, y Soylent del deseo de Rhinehart de no comer cualquier cosa por comer. Y ambas compañías han pivotado de ese eje original a convertirse en servidoras de una necesidad más amplia.

“No tengo que salir y conseguir mi almuerzo o mi desayuno” y puedo consumir todo lo que quiera, dice Carey, que toma Soylent para el desayuno y el almuerzo los siete días de la semana. Pero usted no tiene que ser un barril sin fondo para sentir de vez en cuando que no puede manejarse con una comida adecuada.

“El temor es casi como que estamos atrayendo un futuro en el que la gente no tenga otras opciones de alimentos, [una] distopía [que] ocurrirá en la que la gente solo beberá Soylent”, dice el director de comercialización y cofundador de la firma, David Renteln.

Tales temores siempre han acompañado a la industrialización progresiva de los alimentos. En 1893, la sufragista estadounidense Mary Elizabeth Lease predijo que cien años más tarde los alimentos sintéticos permitirían a las mujeres liberarse de la cocina. Sus detractores se lanzaron contra ella por haber hecho esta afirmación.

En la raíz de todos nuestros recuerdos más tempranos, la alimentación es un fenómeno profundamente personal, cultural e incluso político. Esta es una de las razones por las que Soylent toca un nervio. Pero es precisamente en este momento en el que nos encontramos, cuando nuestro humilde pan de cada día palidece en comparación con las comidas que vemos en las redes sociales y nuestra salud y la conciencia del medio ambiente se vuelven más agudas que nunca, que un reemplazo de comida genérica y conveniente como Soylent comienza a tener sentido.