Agresiones y contratos no escritos padecen las empleadas domésticas en México

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“Tenía que ir a hacer los cuartos y el señor se acostaba en la cama nada más en calzones, casi abierto de piernas y su mirada para mí era muy, no sé cómo decirlo”, refiere la empleada doméstica Sarahí

Miles de abusos como este suceden a diario en casas mexicanas. A ellas se les considera parte de la familia, pero las acciones no son congruentes.

Sarahí es de Veracruz, llegó a la Ciudad de México cuando tenía 15 años.

“Me vine porque allá la situación es muy difícil y para entonces yo debía ayudar a mis papás”, explicó.

Desde entonces ha tenido cinco trabajos. En el primero, el más crítico, sufrió acoso sexual del empleador.

“Él subió a mi cuarto, según estaba tomado porque la señora se fue de vacaciones unos días y se mete a mi cuarto y me empieza a decir cosas. Le dije a la señora y dijo que iba a arreglar la chapa de mi puerta, pero yo tomé la decisión de salirme. La señora me pidió que no me fuera, pero le dije que sentía coraje al verlo y miedo. En cualquier momento me hacía algo y con mi coraje no me iba a quedar con los brazos cruzados”, explicó.

Sarahí pasó a formar parte de una tortillería, pero las ganancias variables la hicieron regresar al trabajo doméstico.

Una nueva casa, una nueva agresión.

“La persona con la que yo trabajaba eran sus papás, los señores muy tranquilos, muy respetuosos, pero ellos se van de vacaciones y me quedo con la hija, ella fue la que me agredió. Me empezó a decir de cosas porque a ella no le parecía lo que se estaba haciendo”, narra Sarahí.

El motivo, asegura, fue por no ponerse de acuerdo en la cantidad de comida que había qué hacer.

“Me empezó a decir palabras groseras. Se molestó y me dijo que uno solo busca pasarse de listo con ellos. Me jaló de la espalda y me arañó”.

Una renuncia más y un abuso más.

“Cuando me salí de con la persona que tenía 13 años trabajando, me dijo que si me daba el seguro, mi sueldo iba a ser menos y que para darme un seguro ella tenía que mover papeles, le iban a hacer muchas preguntas”, afirmó.

Hoy, Sarahí trabaja en distintas casas a lo largo de la semana. Dice que las agresiones se acabaron, pero la seguridad laboral permanece endeble. Sus contratos son verbales, algo que, aunque está permitido por la Ley Federal del Trabajo, no es lo ideal, según los especialistas.

“Esto es una circunstancia de discriminación estructural aceptada socialmente, absolutamente normalizada”, reitera Alexandra Hass, titular del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.

En el gobierno, los obstáculos continúan para reformar la regulación vigente y ratificar el acuerdo internacional.

“Vemos que hay una incapacidad y falta de voluntad política para que se reconozca a 2.4 millones de trabajadores”, dijo Marcelina Bautista, secretaria general del Sindicato Nacional de Trabajadoras del Hogar.

“Faltaría que terminen de concretar esas conversaciones técnicas que están llevándose en distintas instancias y que tomen la decisión de ir hacia adelante y de establecer un compromiso para este país”, concluyó Alexandra Hass.

Con información de Claudio Ochoa