Como leves briznas al viento y al azar.

Las Reliquias del Hombre Ave por: Dr Adán Echeverría García

«En la segunda parte de nuestra vida, al prepararnos para la muerte,

lo que es difícil de abandonar no es el vientre sino el falo»

J Campbell.

¡Cuánta razón tenía Porfirio en su “Canción de la vida profunda”! Siempre llegamos a ese día en que ya nada ni nadie nos puede retener. Compartimos con Stuart Mill esa diferenciación entre Satisfacción y Felicidad. Y aplicamos todos los conocimientos que nos ha dejado Helen Fisher: olemos el amor y caemos precipitadamente hasta que duele, y es en el dolor donde despertamos de nuevo la conciencia.

Un día “discurren vientos ineluctables” y tomamos las decisiones que se requiere tomar. Nuestro camino está sitiado siempre por la multitud de ojos de la sociedad, actuamos indiferentes a los que nos rodean, sabedores que estamos socializados, es decir, somos la máscara de lo que esperan de nosotros. Y felices nos ponemos la máscara, somos la máscara, usamos el disfraz que nos ha sido impuesto, y del que no podemos ya diferenciar nuestro rostro. Y todo eso ocurre hasta el primer trágico dolor.

No nos detenemos siquiera a pensar en lo que los demás esperan de nosotros. Nos construimos a su antojo desde pequeños. Nos abren hoyos en el lóbulo de las orejas, nos pintan de rosa el cuarto, nos regalan pantalones cortos, y no dicen: Niño, esto es lo que debe gustarte; Niña, a esto es a lo que aspiras para ser feliz. Y así transcurrimos por los días a nuestro alrededor: No corras, no empujes, no saltes, dicen los letreros a lo largo de nuestra vida. No te enamores, no tengas relaciones sexuales, no te atrases en la escuela. Estudia, vístete para la primera comunión, cuando te sientes a comer baja los codos de la mesa, no apuntes a nadie, no jures el nombre de dios en vano, si te sientas y tienes falda, cierra las piernas y ponte la mano en la parte de adelante para que nadie te vea los calzones. No le escribas cartitas de amor, no le contestes los mensajes.

Alguna vez creemos ser libres de ello y nos volvemos el tirano: Me gustas, pero no puedo decírtelo. ¿Siempre vas a esperar que sea yo la que te escriba antes de que tú me escribas? Y hacemos de la conquista un campo de batalla. Hacemos el amor pensando en quién se rendirá primero. Intentamos sacar al acosador que vive en el otro, en aquel que nos gusta, porque decidimos desde ya, que Nosotros (as) no podemos ser abiertos y arrebatarnos el corazón por alguien, no, maldita sea, no. Ellos tienen que hablarnos primero, y nosotras tenemos que decirles que no, que no tenemos novio, que no mentimos, que tenemos miedo, todas palabras en las que siempre se sienta confundido. Y para confusiones ya tenemos el mundo, queriditos.

Lo cierto es que esto sucede cuando no has cumplido ni los 35 años, cuando todo siempre huele a sexo. Cuando las feromonas siguen alimentándote el ego, y las distancias aún tienen lágrimas para ti. Para que dejarse engañar. Somos apenas una hipocresía infantil en la que no alcanzamos a reconocernos. Luego llegarán los días de la superación, del abandono de los ideales, del romper con todo lo que se nos ha enseñado. A veces es muy tarde, aquel amor ya pasó por nosotros y no nos dimos cuenta. Porque el amor verdadero solamente pasa una vez en tu vida, y es probable que ni siquiera nos demos cuenta.

Entonces, como dice Campbell, nos será más difícil renunciar al falo, a esa necesidad exclusiva del placer, para entendernos en esa predilección por el erotismo verdadero, ése que no tiene que ver exclusivamente con llenarse de semen en la búsqueda física, sino en ese fundirse en la energía sexual, en ese empoderarse de la voluntad del sí mismo, en el reconocimiento de quien se es para esperar la muerte. Ya no quedan culpas, porque ya no nos queda tiempo que perder. Pues nos sabemos finitos, nos presentimos mortales, y no podemos siquiera reconocer que viviremos para siempre en la memoria de los otros, de aquellos que nos lean, sepan de nosotros y quienes acepten nuestro ser pensante.